Cien años de soledad de Gabriel García Márquez

Editorial: Debolsillo
Año de publicación: 1967
Sinopsis: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.» Con estas palabras empieza una novela legendaria,  una de las aventuras literarias más fascinantes del siglo XX. La familia Buendía-Iguarán, con sus milagros, fantasías, obsesiones, tragedias, incestos, adulterios, rebeldías, descubrimientos y condenas, representaba al mismo tiempo el mito y la historia, la tragedia y el amor del mundo entero.

Cien años de soledad era un eterno pendiente que, desde que reposa en mi estantería, posponía más que nada por intimidación. Estuve alrededor de cinco días sin leer nada, vacilando con este libro entre las manos, hasta que me decidí a dejar de lado el miedo y empezarlo. No exagero al decir que desde la insigne frase inicial me atrapó de una manera que solo puedo describir como mágica. José Arcadio Buendia y su mujer Úrsula Iguarán son atormentados por un fantasma, por lo que huyen a la sierra y fundan Macondo —¿no sienten que incluso este nombre irradia musicalidad?. Es en dicha ficticia ciudad donde la estirpe de los Buendía-Iguarán se extiende en siete generaciones, cada una sujeta a su propios laberintos, demonios, temores y a una inevitable soledad.

Es un narrador omnisciente el que nos sumerge en la historia de los Buendía, explicando en pocas palabras lo que a muchos le hubiera costado varias hojas. García Márquez suelta cantidades exorbitantes —el título es bastante literal— de información y todo fluye de manera muy natural. Sí, pueden haber pasajes un tanto pesados, pero puedo asegurar que el siguiente lo recompensará con creces. El narrador conoce los matices más íntimos de nuestros personajes, incluso mejor que ellos mismos. Tenemos la dicha de gozarlos a lo largo de cien años, por lo que podemos ver como crecen, cambian, y se rinden ante la muerte. Todos están llenos de microclimas, tonalidades y contradicciones, así como podemos verlos tocar fondo con los dientes, los apreciaremos rozando el sol con las pestañas. Es maravilloso comprender a los personajes al nivel que se logra con este libro.

La complejidad de la trama es alucinante, es como un enmarañado mecanismo que ante el menor fallo dejaría de funcionar. Pero las palabras «fallo» y «García Márquez» no pueden ir en la misma oración. Este libro es el primero que leo del autor—en la escuela de dejaron leer "El coronel no tiene quien le escriba" pero nunca lo hice, desbordaba rebeldía— y no será la última. Me ha conquistado por completo con sus pescaditos de oro y mariposas amarillas. Su pluma se pasea con naturalidad por múltiples figuras literarias, tan bellamente logradas que relees algunos pasajes con el único objetivo de volverte a deleitar. Este libro emana magia. El realismo mágico es un elemento primordial de este libro, es prácticamente el eje por sobre el cual gira la historia, y escribo gira porque todo es cíclico en Macondo. "Cien años de soledad" está plagado de momentos inverosímiles e imposibles, pero aún así los percibes como cotidianos. El acierto del libro es que dichos momentos van haciéndose más y más fantásticos a medida que nos involucremos en la historia; es como ir metiéndonos en agua helada lentamente hasta que cuando nos demos cuenta sea demasiado tarde y ya estamos sumergidos en ella.

Un dato que habrán leído o escuchado mucho es la repetición de nombres en la historia. Los Josés Arcadios y Aurelianos se hacen presentes una y otra vez en los Buendía, pero esto no es una vacua herencia familiar. No solo se hereda un nombre, sino también el destino y manera de ser y, porqué no, infortunio del antecesor. Aunque el libro se sienta fatalista, no lo es en ningún momento. Puede que la muerte sea un elemento latente, pero siempre se ve opacada por otro detonante de tensión: amores tórridos, incestos, calamidades, envidias... Así estén condenados a vivir lo mismo una y otra vez, cada personaje se afronta a esto de manera distinta.

Podría escribir mil párrafos enumerando todo lo que amé de este libro y no le haría cosquillas a lo que en verdad representa. Lo recomiendo encarecidamente, sobretodo si tienes la suerte de ser Latinoamericano. "Cien años de soledad" es también un un magnífico retrato de nuestra tierra, está repleto de simbolismos hermosa y brillantemente pensados. Ciclos que se repiten, los azotes de la guerra, la tinta de "Cien años de soledad" es sangre latinoamericana. Con comentar que a Macondo llega una bananera lo digo todo, García Márquez hace una de las bromas más grandes de la literatura. ¿O acaso les parece gratuito que su mítica ciudad sea una banana republic? No puedo hacer otra cosa que partirme en elogios a esta magnífica novela, incluso me aventuraré a decir —con lo que odio dar detalles importantes en mis reseñas— que el final es el mejor que he leído en mi vida Me perdí entre las páginas de "Cien años de soledad", los temores de hijos con cola de chancho y mortajas fúnebres. Me perdí en Macondo, y espero que te permitas el placer de perderte también.

 "La casa se llenó de amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenían principio ni fin. Los escribía en los ásperos pergaminos que le regalaba Melquíades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecía Remedios trasfigurada: Remedios en el aire soporífero de las dos de la tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios en el vapor del pan al amanecer, Remedios en todas partes y Remedios para siempre."

Disculpen si me extendí un poco en la reseña, es solo que el libro tiene muchos elementos magníficos y quería comentar los más resaltantes, aún siento que me olvidé de varias cosas. ¡Gracias a los que van mandando fotos y correos! Si no saben a lo que me requiero den click aquí y vayan al final del post :)

Pásense por los blogs de mis ahijadas Cristina y Angela , son lindísimos y ellas aún más ♥

La biblioteca de cristal, de Angela [su reseña de "Cien años de soledad" aquí]

Restos de sal, de Cristina